Por Benedicto Dos Equis
México es el país con más próceres por metro cuadrado. A donde vaya, se topará con un prócer, un ex prócer, un prócer en ciernes, la mujer de un prócer o el marido de una prócer. Próceres en este país los encuentra hasta en un prostíbulo, tanto entre los clientes como entre las sexo servidoras, como les dicen ahora a las que yo conocí como putas, apelativo de fuertes resonancias eróticas y monetarias. Los próceres tienen muchas características pero, la principal, es que dicen frases célebres. Las frases célebres son sentencias que encierran una verdad rotunda y se prestan a pasar a la posteridad pues no pierden vigencia. Además, son ideales para rellenar libros de texto e historia y para ser colocadas en letras de oro en recintos de gran importancia. Frases célebres debidamente registradas existen desde la Conquista cuando Cortés, prócer dudoso para algunos, sentado al pie de un árbol lloraba una derrota: mientras moqueaba, se dijo a sí mismo “coño, qué noche más triste”. Así, personaje, árbol y frase perduran hasta nuestros días.
Pasaron muchos años y apareció en la escena nacional un personaje fundacional de esta nación: Benito Juárez, Benemérito de las Américas y frasista célebre ínclito. Este singular personaje tiene una biografía que admira. Se educó en la cultura del esfuerzo cuando semejante término mamón no se inventaba. En sus tiempos, y en los de hoy entre gente normal, se dice que don Benito tenía muchos huevos; tantos, que de pastor de ovejas llegó a pastor del pueblo. Juárez era tan esforzado y trabajador que una vez instalado en la presidencia ya andaba pensando eternizarse, pero cuando ya estaban por darle un cuartelazo, murió de angina de pecho, no sin antes dejar para la posteridad su famoso apotegma: “Tanto entre los hombres como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Hoy en día todo el mundo se la sabe y todo el mundo lo ignora.
Finalmente brincamos a 2009. Este país no es lo que fue, sus próceres menos y sus frases célebres o son de pena ajena o de risa . Si estuvo pendiente de las pasadas elecciones, sabrá que en Iztapalapa hubo un desfiguro. Un señor Rafael Acosta, alias Juanito, un títere que debe tener un puesto de jugos, ganó la jefatura delegacional por obra y gracias de su titiritero, López Obrador, y sólo bajo la promesa de que si ganaba renunciaría a favor de una titeresa pejista. Ganó y, entonces declaro, textualmente, la siguiente frase célebre: “yo nomás cobró la primera quincena y renuncio".
Además de mandilón, Juanito demuestra que su fuerte no son las cuentas porque, según dijo, ganaría 80 mil pesos quincenales, es decir 160 mil al mes; entonces que se quede mínimo un mes. O de perdida un año y se meta un millón 920 mil pesos, o mejor todo su mandato de tres años y ahorre 5 millones 760 mil pesos. Mal negocio, Juanito. Pero la madre de todas las frases célebres la pronunció André Manué, y sin reírse. Al referirse al cochinero de Iztapalapa dijo: “esta fue una gesta cívica de proporciones históricas…”. Qué Independencia ni qué Revolución.
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