Por Benedicto Tres Equis
Viajar en el Metro de la Ciudad de México es ya de por si un deporte extremo y una emoción fuerte. Hacerlo en temporada de calor podría considerarse el paraíso de un masoquista. El Metro mueve tal cantidad de gente al día que da la impresión que lo que ahí ocurre tendría que ser más escandaloso (y no me refiero a los molestos vendedores de discos piratas): en términos generales siempre está limpio y ordenado; nunca he visto a alguien fumando en el interior de los túneles ni de los vagones; no sé si sea verdad ese asunto del los metrosexuales (los vagones en los que se realizan furtivos encuentros homo y hetero sexuales), pero suena bastante razonable para una ciudad de estas dimensiones; sólo en una ocasión me ha tocado descubrir entre los pasajeros de un vagón a un pederasta que estaba acosando a una menor y sólo en una ocasión, al abordar un vagón me encontré con un enorme charco de sangre que los demás pasajeros pretendían ignorar disimuladamente.
Si consideramos que el accidente más grave que ha ocurrido sucedió por allá de los años setenta y que además del terrible acontecimiento en el que un tipo enloquecido se puso a echar bala en la estación Balderas algo así no ocurre todos los días, se puede decir que, en términos generales, este sistema de transporte sale bastante bien librado en evaluaciones de seguridad y eficiencia.
Pero decía que el sofocante calor de la temporada se hace mucho más intenso cuando se está bastantes metros bajo tierra... viajando en el Metro. Los ventiladores son siempre insuficientes y las ventanillas se abren en un ángulo que si bien no permite que nadie saque las manos, tampoco ayuda mucho para asuntos de ventilación. A pesar de las altas temperaturas, todo mundo pretende guardar la compostura y no hacer evidente su alto grado de deshidratación. Parece que en México creemos que no somos iguales a los demás, no importa que estemos en la misma circunstancia, parece que "somos aves que cruzan el pantano y no se manchan" por eso en le país nadie acepta que es pobre, porque pobres son los demás, aunque el gobierno insista en que más de la mitad de la población está en esta categoría.
Y le voy a dar algunos ejemplos que vi ayer en el Metro de lo distorsionado que está el concepto de ser pobre en el país: ¿usted cree que los perritos Chihuahua sólo pueden pertenecer a una millonariaza como la tal París Hilton? Pues no es así. Ayer viajaba un matrimonio con cuatro hijitos y su mascota de dicha raza, era evidente que la mamá mostraba más devoción y dedicación por el animalito que por cualquiera de los de su prole; ¿usted piensa que quien viaja en el Metro lo hace porque es de escasos recursos económicos? Pues está usted en un error. Ayer un señor hizo su choping en el trayecto de cuatro o cinco estaciones y adquirió dos discos pirata de música, una pluma con mapa de las líneas del Metro, un dvd con curso de inglés (también pirata), un jarabe para la tos, unas tijeritas para recortarse el bigote, un paquete de 15 agujas para coser con ojo dorado, un dulce de alegría, dos paquetes de chicles, una lamparita de baterías, un libro para iluminar y una botellita para hacer burbujas de jabón.
No importa lo gastadito que se vea el traje del oficinista, tampoco cuenta que los tenis del estudiante estén como para tirarlos a la basura o que el delantal de la ama de casa haya cedido el paso del color a las manchas de cochambre, lo único que no se respira en un acalorado vagón del Metro del D.F. es igualdad o democracia porque en este país parece que en ese concepto (el de la democracia) hay algunos que son más iguales y que otros y hay otros que definitivamente no son tan iguales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario