Según tengo entendido, el domingo fue creado para ser un día de descanso, de recogimiento, de tranquilidad: un día para gozar de la familia, ya sea en casa o saliendo con ella a disfrutar de la vida después de una semana de arduo trabajo. Es por ello que yo me pregunto: ¿por qué, precisamente, en un día designado para el descanso de cuerpo y alma, es cuando aparece en escena una criatura que viene a dar al traste con la armonía del espíritu al presentarse en forma de agresión visual? Yo tengo la sana costumbre los domingos de desayunar tarde, como es debido, en un restaurante del sur de la ciudad, y es en ese lugar donde me percate de la existencia de dicha criatura que tiene, además, el don de aparecer en el instante más inoportuno. Por lo general en el momento culminante del acto dominical mas placentero, el gozo se va al pozo: en el exacto momento en que el tenedor con una suculenta porción de huevo ranchero esta a punto de entrar a la boca hace su aparición ese atentado a la estética que viene a arruinar el desayuno y, algunas veces, el día completo: la gorda en pants. Yo no se si la gorda en pants es un espécimen de todos los días de la semana, pero de lo que estoy seguro es de que resulta mas notorio los domingos. La gorda en pants es fácil de reconocer a simple vista, ya que posee dos características que la hacen inconfundible: un notorio exceso de kilos y una indumentaria que en vez de disimularlos los destaca.
La gorda en pants por lo general deambula en grupos, ya sea acompañada por otros ejemplares del mismo volumen o en familia, que casi siempre está conformada por un papá gordito en pants, una mama gordita en pants y una serie de retoños gorditos y en pants. Y aunque toda la familia comparte el excedente de kilos, por lo general los miembros masculinos resultan menos conspicuos debido, principalmente, a que por azares del destino los pants para hombre son siempre más holgados, de manera que aunque a leguas se nota que el portador a pesar del atuendo a lo mas que llega en cuestiones de ejercicio es al rudo deporte de ponerle limón a su Tecate mientras observa un partido de fútbol en televisión, por lo menos la existencia de algo de espacio entre el contenido y el continente hace menos notorio el ultraje al sentido de la vista. En cambio, su contraparte femenina, probablemente debido a ese afán de imitar a sus congéneres delgadas, y en quienes seguramente estaban pensando los diseñadores de prendas sport para mujer se calan unos pants más atacados que comanche en épocas de Custer, que las convierte en un espectáculo dantesco capaz de arruinar los mejores chilaquiles.
Para mi siempre ha resultado un absoluto misterio cual es la razón para que una mujer cuyo volumen corporal la haría pasar inadvertida si se pusiera un costal de Cementos Anáhuac o una sábana a manera de jorongo o hasta un discreto traje sastre siempre y cuando el sastre fuera el del elefante del circo, o cualquier otra indumentaria menos llamativa, decide ponerse una prenda con la que resulta una agresión al paisaje urbano. ¿Se trata acaso de falta de pudor? ¿Será, quizá, una ausencia de sentido del ridículo? ¿Podría resultar, acaso, un deseo inconsciente de llamar la atención o de agredir? o, ¿Cuál será, en realidad, la motivación detrás de esta actitud? No se me atrevo a pensar en que este fenómeno pudiera tener que ver con ese instrumento llamado espejo en cualquiera de los siguientes tres casos: que no tenga uno en casa; que tenga, pero que sea de mala calidad y tienda a adelgazar la figura o, pudiera suceder, que a la gorda en pants le pase lo que a los vampiros: que su imagen no se refleje en el espejo. De todos modos, en el fondo resultan irrelevantes las motivaciones síquicas que permiten la aparición de esa alucinación visual dominical que se interpone entre uno y el sano disfrute de unos huevos a la cazuela, lo que habría que pensar es en el modo de acabar con el problema sin recurrir a la violencia, el escarnio o el confinamiento obligatorio. Yo creo que mas bien nos enfrentamos a un problema que puede ser o de índole alimenticia o de índole sartorial y solucionando alguna de las dos índoles se resuelve por si solo el problema principal. .
Viendo las cosas desde esta perspectiva, el problema de la gorda en pants se resuelve o acabando con las gordas o acabando con los pants, o por lo menos impidiendo que ambas cosas tengan la posibilidad de reunirse. Yo pienso que la tercera solución es la más adecuada por ser la menos drástica y totalitaria, ya que, por un lado, resulta no solo inhumano sino hasta anticonstitucional acabar con las gordas que, a pesar de todo, tienen derecho a existir y ser felices a pesar del tonelaje. Ahora, por otro lado, acabar con los pants es un atentado contra la libre empresa y contra los derechos y libertades de los flacos, que pueden vestirse como se les da la gana, ya que no perjudican a terceros. De manera que solo nos queda el recurso de impedir que las gordas tengan acceso a los pants. Para ello se me ocurren dos formas de lograrlo de una manera civilizada: la primera consiste en instalar en los departamentos de ropa deportiva para mujeres de todas las tiendas una de esas basculas de medico que también tienen dispositivo para medir la estatura, junto con un cuaderno de tablas de pesos y medidas. De esta manera, y siguiendo una política oficial al respecto, para poder comprar unos pants toda clienta que desde el punto de vista de la dependiente pudiera ser catalogada como gorda en pants deberá subirse a la bascula para ser pesada y medida. Una vez hecho esto, la empleada de la tienda consultaría sus tablas y si de acuerdo con ellas la clienta esta excedida de peso para su estatura, se le impedirá la adquisición de los pants, con cortesía, pero con energía. En todo caso, por pura educaci6n, la dependienta le puede indicar a la gorda donde queda el departamento de telas para tapicería, donde puede conseguir un corte para hacerse unos pants a la medida. La segunda solución que se me ocurre es poner en marcha un plan que podría denominarse "Renuncia voluntaria al uso de pants un día a la semana" que, en el caso especifico de las mujeres excedidas de peso, consistiría en pegarles en la frente siete calcomanías de diferentes colores y así obligarlas a no usar dicha prenda jamás, so pena de ser arrastradas al corralón por contaminar el ambiente visual, aunque sea necesario que la Secretaria de Protección y Vialidad adquiera grúas para trailers.
Como se puede apreciar, cualquier problema tiene su solución civilizada, siempre y cuando exista voluntad para lograrlo. El asunto de la gorda en pants debe ser resuelto con prontitud no só1o porque representa un atentado a la tranquilidad espiritual y estética de la ciudadanía, sino porque además, en estos tiempos de crisis resulta una afrenta a las clases más necesitadas, pues mientras en el súper y en los mercados la carme no solamente escasea, sino que el kilo esta por las nubes, la gorda en pants deambula en libertad y con un excedente gratuito de carne de primera preferente, con la que holgadamente se podría alimentar a una familia de menesterosos durante un mes. Es por ello que me gustaría proponer que, en caso de no ser aceptadas las soluciones ya expuestas, entonces que la gorda en pants pase a formar parte de la canasta básica, a pesar de que con ello haya que reforzar el mimbre de la canasta con flejes de acero y con ello suba de precio. Aunque cabe aclarar que si se decide incluir dicho producto en la canasta básica deberá ir sin pants porque, digo, suficientes amarguras padecen ya los necesitados para encima tener que sufrir la agresión de encontrarse con una gorda en pants en la alacena. Ese espectáculo espeluznante, en todo caso, debe quedar reservado para la gente que tiene el consuelo de poder salir a desayunar fuera los domingos, aunque se les atraganten los huevos a la veracruzana. Ni modo.
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