jueves, 5 de noviembre de 2009

Policías y/o ladrones

Por Benedicto Tres Equis
En México la corrupción es cosa seria y paradójicamente tiene su chiste. No se crean que las cosas se manejan a la ligera y de manera siniestra o perversa, bueno no al menos en las bajas esferas de esta tan arraigada costumbre, ahora que si se trata de políticos de altos vuelos las cosas son en verdad siniestras y perversas, por decir lo menos. Cuando hablo de "bajas esferas" me refiero a un policía de crucero, a uno de esos personajes por los que uno llega a sentir algo así como compasión o lástima al verlos sudar la gota gorda porque tienen que usar chalecos blindados a la intemperie y con un calor calcinante, o lucir el humillante verde fosforescente en sus gorritas y otras prendas.
Si usted alguna vez ha pensado que la corrupción en este país es un entramado diseñado para hacer caer en ella a un santo, pues está en lo correcto. Y no es que yo me de golpes de pecho o me considere el ser más derecho que haya en esta vida, pero la verdad trato de no caer fácilmente en las cloacas morales de la mordida. A pesar de ello, hoy me fue imposible renunciar a esta terrible práctica y le tuve que "pedir de favor" a un policía que fuera indulgente conmigo y aceptara (casi "por el amor de Dios") el dinero que le estaba ofreciendo para que no me llevaran al corralón.
Resulta que circulaba por una avenida en la que hay un carril para uso exclusivo de los trolebuses... y yo no lo sabía. Por supuesto me pareció algo extraño que estando atascada la calle, un carril se encontrara libre y se pudiera avanzar rápidamente rebasando a los gueyes que preferían hacer largas filas en lugar de avanzar por la vía libre. Seguramente más de uno de esos conductores que estaban atorados pensó "ojalá que ese guey que se pasa de listo, se tope con un policía al llegar al semáforo" Y así fue: al llegar a la esquina me marcó el alto un policía que lucía una enorme barriga medio cubierta por una especie de ombliguera verde fosforescente. Con una sonrisa más enigmática que la de la Monalisa y un gesto firme y decidido me indicó que "me orillara a la orilla". El tecolote se me acercó y amablemente me pidió la licencia de conducir y la tarjeta de circulación. Hasta ese momento y dado que tenía la documentación en regla, yo estaba dispuesto a que me amonestara y me aplicara la multa correspondiente para darle fin al episodio. Sacó su reglamento y me señaló toda una serie de infracciones en las que había incurrido y que ameritaban una exorbitante sanción de alrededor de 40 salarios mínimos y como dicen los taurinos "arrastre lento" al corralón. Hice una rápida sumatoria y me di cuenta que algo así representaría una fortuna pues mi coche no circulaba al día siguiente, se atravesaba el fin de semana, tendría que pagar lo de la grúa, lo de la multa, lo del hospedaje de mi coche y no sé cuántas cosas más.
Aún no terminaba de hacer las cuentas cuando mi actitud de ciudadano intachable e incorruptible, paladín de la justicia y de las buenas costumbres se convirtió en la de un amigable y conciliador personaje que apelaba a la bondad de un servidor público para que tuviera a bien "ayudarme" y que en su magnanimidad accediera a que arregláramos las cosas de alguna manera. "Pues usted dígame cómo quiere que le ayude, patrón" me dijo el panzón vigilante. En ese momento me convertí en todo un corruptor de mayores , pues reconozco que utilicé todos y cada uno de mis recursos retóricos para socavar y vulnerar la férrea voluntad de una persona honesta y trabajadora que estaba cumpliendo con su deber. No me queda más remedio que aceptar que cometí una villanía y que en sólo 2 minutos logré acabar con lo que seguramente era una larguísima e intachable carrera de policía de crucero, pues accedió a mis deshonestas proposiciones (en cuestiones de peculio y no carnales, por supuesto).
Y así es esto, las cosas se manejan de tal manera que los asuntos de corrupción recaen sobre la conciencia de quien la propone y no de quien dispone.


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