Ciudad bicicletera
¿De dónde vendrá la obsesión de que esta ciudad marche sobre ruedas... de bicicleta? Hace tiempo construyeron una ciclopista que está más desierta que un desierto. Los carriles que, en las vialidades del Centro, se supone están restringidos para que circulen bicicletas, son más peligrosos que el carril de alta del Periférico. He visto autobuses de pasajeros con complicados aditamentos para transportar bicicletas y nunca me ha tocado ver que uno de esos amables y gentiles conductores se detenga y se baje para colocar una bicicleta en tan sofisticado arnés. Pero lo peor de todo es cuando se les ocurre cerrar una gran cantidad de calles para los bicicleteros paseos sin tener la decencia de avisar qué calles estarán intransitables. Resulta que no les basta con clausurar Paseo de la Reforma, y el domingo pasado estaba cerrado también el Eje 10 Sur. Si, ese que es de las pocas calles que cuentan con dimensiones adecuadas para esta enorme ciudad, estaba cerrado en uno de los sentidos para que pasearan unos cuantos ciclistas (se contaban con los dedos de una mano). No sé si la secreta intención de las autoridades que promueven esta práctica es que los ciclistas participantes adquieran un terrible cáncer de piel o tienen la esperanza de que caigan fulminados como moscas por el terrible Sol, el agobiante calor y la asfixiante contaminación.
De todo este asunto hay dos cosas que me llaman poderosamente la atención: la cantidad de policías que destinan a cuidar cada crucero. Se supone que velan por la seguridad de los bicicleteros paseantes y aunque se han dado casos de locos que enfurecidos han embestido con sus coches en contra de peatones o pelotones de ciclistas, la verdad es que las posibilidades de que algo así ocurra son francamente remotas. La mera verdad es que vivímos en una ciudad en la que los problemas de inseguridad hacen más necesario que los cuerpos policiacos se ocupen de atrapar delincuentes que de cuidar ciclistas, además a esos pobres e insolados uniformados les toca pasar las de Caín porque ellos ni pedalear pueden; tienen que estar a pleno rayo del Sol con cachucha, chaleco fosforescente, pistola y todo.
El otro punto que me parece sospechosamente aterrador es la inefable actitud de quienes ruedan sus llantas por el calcinante asfalto; es una mezcla de incomprensible orgullo, de absurda tenacidad, de enloquecida alegría. Es como si después de una gran lucha hubieran ganado las calles, como si su causa fuera más importante que la que defendían quienes participaron en la Primavera de Praga o en el Movimiento del 68. No importa que estén a punto del colapso por las altas temperaturas, no interesa lo absurdo de su obstinación... es esa lógica tan mexicana que confunde lo patriótico con lo patriotero, el abstencionismo con la democracia, la fe con el fanatismo, los derechos sin obligaciones, la verdad con la mentira.
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