miércoles, 1 de abril de 2009

Mueran las Viejitas Ventajosas

Mucha gente ha leído Doctor Jekyll y Mister Hyde, de Stevenson,
y se queda pensando que se trata de un relato de ficción.
¡Nada más falso! La transformación planteada en el libro
es un hecho real y cotidiano. Es más, a mí me sucede con frecuencia
y sin necesidad de pócima; con hacer cola me basta.
Hacer cola es una de las torturas más refinadas concebida
por el hombre en el siglo XX. Es un acto que transforma a la
mejor persona en un ser monstruoso y sanguinario. Es una
perversidad burocrática que hace aflorar todo lo malo de los
seres humanos, que resta dignidad, que crea nefandos pensamientos
y, además, ¡cómo cansa!
Yo no sé si a todo el mundo le sucede, pero yo cambio
cuando hago cola. Por lo general soy una persona pacífica y
afable a la que le horroriza la violencia. La última vez que me
peleé fue hace veinte años, en la secundaria, y fue por un lío
de faldas: intentaron levantarme la mía. Pero hacer cola me
transforma, me pone negro, me convierto en un ser deplorable
y reprobable. Por lo general, al estar haciendo cola, me
doy cuenta de que la mutación ha comenzado cuando empiezo
a odiar a la persona que está delante de mí. Casi siempre el
odio principia por la nuca: me quedo viendo fijamente esa parte
de la anatomía del ciudadano que me antecede mientras me
invade una rabia infinita, progresiva y mortal. El punto culminante
llega cuando se me ocurre que el peluquero del estúpido
de adelante seguramente es el burro de la Roqueta. Cuando alcanzo
tal estado sé que la transformación ha sido completa,
que mister Hyde se ha apoderado de mí.
Y es precisamente en ese momento, cuando el personaje
que da el título a este artículo hace su aparición: la Viejita
Ventajosa. La Viejita Ventajosa es como Dios: está en todas
partes. Pero aquí me voy a referir a un espécimen particular
de Viejita Ventajosa; el más insidioso y al que conozco mejor;
el que hace de las suyas en las sucursales bancarias. Estoy casi
seguro de que se trata de una conspiración, de que existe por
allí una secta, un grupo secreto, una cofradía de Viejitas Ventajosas
que opera a plena luz del día con los más oscuros propósitos.
Usted seguramente se ha topado alguna vez con este
personaje en el banco y ni cuenta se ha dado. Pero no es difícil
descubrirlo. Las Viejitas Ventajosas llevan siempre el mismo
uniforme y siguen el mismo ritual. Usted nada más esté
atento la próxima vez que vaya al banco y, basado en la información
que a continuación expondré, desenmascare a la conspiradora.
Para empezar, la Viejita Ventajosa viste, siempre, un abrigo
tejido gris, verde oscuro deslavado o azul marino desteñido.
Esta prenda la llevan encima, independientemente de la estación
del año. Debajo del abrigo no fallan unos pantalones, por
lo general cafés, aunque también pueden llegar a ser de otro
color, pero invariablemente de uno que no combina con el
abrigo. El calzado es otra constante y suele ser ¡pantuflas de
peluche color azul turquesa! Cosa, por sí misma, digna de tormento
o, por lo menos, de flagelación. El modus operandi de
la Viejita Ventajosa sigue un patrón inmutable. Llega al banco
a la hora pico, cuando más clientes hay y, si es viernes de
quincena, mejor. Recorre lentamente las cajas hasta estar segura
de cuál es la cola más larga. Para ello se va deteniendo al final
de cada fila y revisa largamente a quien esté formado al final.
Esta maniobra puede parecer que sirve para decidir quedarse
en dicha fila, pero la verdadera finalidad es percatarse de si la
gente de esa ventanilla tiene o no prisa. El caso es que cuando
descubre la cola de los que sí la tienen se frota las manos con
satisfacción. El siguiente paso es observar durante largo rato a
los formados como si los estuviera contando. Después se detiene
largos minutos mirando los letreros que indican las operaciones
que se pueden hacer en esa ventanilla, cosa que sabe
perfectamente porque conoce el banco desde veinte años atrás.
A continuación finge que desde tan lejos no alcanza a distinguir
los letreritos. Se pone los lentes, se los quita, los limpia,
entrecierra los ojos y frunce el ceño como forzando la vista y
pone cara de concentración. Acto seguido se dirige muy lentamente
hacia el principio de la fila. Se coloca junto a la persona
que en ese momento es atendida y se vuelve a quedar mirando,
como pasmada, los letreros de trámites. Por lo general no
pasan más de tres minutos cuando la cajera se percata de su
presencia. En cuanto nota que ha sido observada, la Viejita
Ventajosa pone cara angelical y, papeles en mano, se recarga
en el mostrador y le pide información a la cajera. Como es obvio,
ésta se conmueve y no sólo le resuelve sus dudas sino que
de paso le realiza los trámites en ese momento. ¡Misión cumplida!
Una vez más la Viejita Ventajosa se sale con la suya;
volvió a saltarse la cola. Como punto final, la viejita da hipócritamente
las gracias, se da media vuelta y recorre la cola con
mal contenida sonrisa triunfal, mientras los que todavía esperan
su turno fingen no haberse dado cuenta de la faena y miran
distraídamente hacia otro lado procurando contener las ganas
de patear a la aprovechada.
Seguramente, saliendo del banco la viejita se reúne con
otras cofrades en alguna cafetería y se pasan el resto de la mañana
riendo infernalmente de sus hazañas bancarias mientras
almuerzan con la desmesura propia de su maldad. Y así pasan
su vida, y la pasarán, si algún valiente no toma medidas para
acabar con esta conspiración.
Yo llevo meses pensando cómo hacerlo y se me han ocurrido
toda clase de soluciones. Para terminar, voy a proponer
sólo dos: una tipo doctor Jekyll y otra tipo mister Hyde. La
primera consiste en la creación de una ventanilla especial para
Viejitas Ventajosas donde sólo ellas pudieran realizar sus trámites,
pero que solamente en esa ventanilla pudieran hacerlo;
les estaría prohibido usar las demás. Una vez que las viejitas se
dieran cuenta de que ya no pueden molestar a nadie sencillamente
se retirarían, desaparecería la cofradía y ellas regresarían
a atender a sus nietos, como debe ser. Esta me parece una solución
eficaz y, sobre todo, pacífica.
La segunda propuesta, la Hydeana, es algo más drástica,
pero igual de efectiva. Consiste en hacer una redada de Viejitas
Ventajosas, juntarlas, despojarlas de sus infames babuchas de
peluche color azul turquesa, hacer una pira con ellas y… ¡no
permitiré que mister Hyde se apodere de mí! Lo que voy a hacer
es comprar, o alquilar, una Viejita Ventajosa y mandarle a
realizar mis trámites bancarios. ¡Que otros hagan corajes!

1 comentario:

  1. Si no me equivoco, el texto es de Guillermo Muñoz de Baena. Deberías poner al autor.

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