Por Benedicto dos Equis
Martes 23 de marzo.- El fin de semana mi señora, de la que estoy separado, se fue con sus amigotas de fin de semana a Acapulco y me dejó a cargo de los niños, Jaimito de 25 y Reginita de 22. Para estar pendiente me trasladé a lo que fue la casa familiar y descubrí casi, casi el paraíso: la cama king size para mí solo, sin adosados corpóreos. Porque, ¿sabe? para dormir como diosquenoexiste manda yo necesito un espacio de por lo menos cincuenta centímetros a mi izquierda y otro igual a mi derecha de espacio sin tropezezon.
Si cuando me casé a los 29 años hubiera tenido la experiencia que tengo hoy mi vida matrimonial habría sido más armoniosa y duradera. Y es que es mucho pedir pasar un cuarto de siglo metido en la cama ocho oras con un ente de costumbres tan distintas: yo ronco, ella no; yo fumo, ella no; yo soy desvelado, ella no; yo veo televisión, ella lee i insiste en platicar; ¿qué tenemos en común?
Por eso, si pudiera regresar a la época de mi noviazgo, yo pondría la Regla de Oro Matrimonial: cuartos separados. Así cada quien podría dormir con sus muy particulares manías sin molestar e irritar al otro y, claro, ello no tendría por qué acabar con la vida conyugal: en caso de que surja el deseo, pues se invita a la señora a un muy buen restauran para, después de una cena romántica a la luz de las velas, llegar a casa e invitarla a la habitación propia.
Claro que puede suceder que entonces ella salga con el clásico: “ay, no querido, hoy tengo jaqueca… y entonces a uno no le quedará más remedio que marchar solo a la cama mascullando, “¡carajo!, de haber sabido la invito a Vips a comer molletes
Si cuando me casé a los 29 años hubiera tenido la experiencia que tengo hoy mi vida matrimonial habría sido más armoniosa y duradera. Y es que es mucho pedir pasar un cuarto de siglo metido en la cama ocho oras con un ente de costumbres tan distintas: yo ronco, ella no; yo fumo, ella no; yo soy desvelado, ella no; yo veo televisión, ella lee i insiste en platicar; ¿qué tenemos en común?
Por eso, si pudiera regresar a la época de mi noviazgo, yo pondría la Regla de Oro Matrimonial: cuartos separados. Así cada quien podría dormir con sus muy particulares manías sin molestar e irritar al otro y, claro, ello no tendría por qué acabar con la vida conyugal: en caso de que surja el deseo, pues se invita a la señora a un muy buen restauran para, después de una cena romántica a la luz de las velas, llegar a casa e invitarla a la habitación propia.
Claro que puede suceder que entonces ella salga con el clásico: “ay, no querido, hoy tengo jaqueca… y entonces a uno no le quedará más remedio que marchar solo a la cama mascullando, “¡carajo!, de haber sabido la invito a Vips a comer molletes
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