The butler did it
Por Cristina Yorkshire-Mendez
Por Cristina Yorkshire-Mendez
Muy inglesa la fracesilla: the butler did it; o lo que es lo mismo, fue el mayordomo. Es tan británica como la tarta de riñón, mejor conocida como kidney pay para que dé menos asco. Es la frase clásica de las novelas policíacas cuando no se encuentra al verdadero culpable de un crimen. Igual que en México con las chachas, a quienes de entrada se les echa la culpa cuando desaparece algo en casa, hasta que alguien lo encuentra donde no debería estar. Pero, bueno, la problemática doméstica no es mi fuerte, así que pasemos a cosas de trascendencia. Si traigo a colación eso de que fue el mayordomo es por un asunto de política internacional que ha conmocionado al mundo por sus posibles consecuencias sobre la monarquía inglesa. Es un tema de intriga palaciega donde, allí sí, el mayordomo es el culpable; por lo menos el ex mayordomo de la, como dicen los clásicos, malograda princesa Diana. Escandalazo que ha armado el indiscreto lacayo en un libro de memorias donde cuenta cada intimidad de la noble difunta que, oiga, como que uno creería que los miembros de la realeza son menos afectos a las debilidades de la carne, digo, se supone que son gente decente, bien nacida, refinada, inmune a la concupiscencia, que sabe cómo dominar sus emociones; entre ellas, la libido o calentura, como le dice mi primo Efrén, de la colonia Clavería.
Ahora nos enteramos de que mientras Carlos jugaba al cricket con la vilipendiada pero fidelísima Camila Parker Bowls, Diana le daba vuelo a sus más bajas pasiones no con un amante sino, de hacerle caso al ex mayordomo, con una fila de ellos, que llegaban escondidos en la cajuela de un coche y ella se encargaba de desentumirlos recibiéndolos ataviada con aretes de zafiros y abrigo de visón sin nada abajo: ¡qué visión más sicalíptica! Imagínese usted nomás a la elegante y distinguida Diana echando mano a semejantes artimañas de golfa de telenovela mexicana.
Yo, en todo caso, la evoco con un vestido largo blanco, y muy sugestivo si usted quiere, debajo del abrigo, pero en cueros no, me resisto, yo prefiero recordarla inmaculada. El caso es que a la pobre Diana no la dejan en paz ni en su sepulcro, y estoy seguro que en estos instantes ha de estar revolcándose en su tumba; la cosa es... ¿con quién?
Su Alteza ha terminado, sir Michael...
Por Maryland Sherriwood
Se me hace que vivo desfasado de la realidad. Yo estoy aquí, humilde y calladito trabajando en una iniciativa de ley para instaurar una monarquía parlamentaria en México, y así darle algo de lustre a este país tropical, mientras las monarquías del mundo, en especial la inglesa, se encargan de desacreditar tan distinguida forma de gobierno.
Precisamente estaba redactando el párrafo IV, inciso, C del artículo 534, que empieza con “Al asumir el trono, el monarca mexicano deberá llevar corona de plumas...”, cuando en un descanso hojeo el periódico y caigo en la cuenta de que los Windsor están dando de qué hablar nuevamente. No, esta vez no es la fallecida Diana, es el mismísimo Carlos. La nota es sobre la violación de un sirviente del príncipe pero evitaré entrar en detalles de mal gusto como que... Me niego a caer en eso: reconozco que es un defecto mío por haber llegado al “Hola” a través del “Alarma” lo que hace que no le encuentre sabor a un buen chisme de sociales si no hay sangre, drogas, alcohol, sexo -de preferencia con incesto y abuso- o algún otro tema escabroso de por medio, pero, por hoy, lo evito. La nota dice que una fuente cercana al palacio de St. James, residencia de eterno heredero, fue citada con las siguientes palabras: "Michael (el difunto y violado) era el único que sabía cómo debía colocarse el dentífrico sobre el cepillo de dientes a gusto de Carlos"... ¿Cómo? O sea, que el futuro rey de Inglaterra puede conducir un fragata o un Harrier pero no sabe ni ponerle pasta al cepillo, pues qué inútil, la verdad. Lo cual, no le digo, me lleva al ángulo escabroso: ¿cómo le hará el heredero cuando va al baño?
Me lo imagino muy serio sentado, con su monóculo bien colocado leyendo The Guardian. Termina, dobla el periódico y le dice a su Gran Mayordomo Imperial, lord Heribert McServant, noble de rancio abolengo de la tierras alta de Escocia, un auténtico highlander, cuyo clan ha estado al servicio de la corona británica desde que los McDonald vencieron a los McKing en la batalla de hamburger, el 1324. Le dice:
-Lord McServant, su alteza ha terminado...
Entonces levanta la nalga y remata:
-Haga el favor de limpiarlo.
Bien visto prefiero a nuestra república bananera
-Lord McServant, su alteza ha terminado...
Entonces levanta la nalga y remata:
-Haga el favor de limpiarlo.
Bien visto prefiero a nuestra república bananera
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