lunes, 18 de mayo de 2009

La Caperuzcaya Roja

Por Benedicto Dos Equis


Hace unos días el eminente sovietólogo e independentista yucateco Lenin Montejo Chang presentó su último libro que, sin duda alguna, va a causar controversias, como sucede con todo lo que publica este erudito. Se trata de una investigación histórica titulada La Caperuzcaya Roja o la realidad pervertida en aras del comercialismo, donde sostiene que la Caperucita Roja no es un cuento, como se le ha hecho creer a la gente, sino un suceso de la vida real que por oscuros motivos políticos y editoriales fue desvirtuado con el objeto de que pareciera un acontecimiento ficticio y, para colmo, dirigido a un público infantil. A pesar de ser una obra exhaustiva, el argumento que sostiene Montejo no queda del todo claro ni a lo largo ni a lo ancho del texto, así como tampoco en el prólogo, el prefacio, la advertencia del autor, las solapas, el lomo, la portada o el pie de imprenta pero, como afirmó el propio investigador en la presentación, “mi intención con este libro no es convencer a nadie de nada, y menos sacrificar la calidad literaria e histórica de la obra en aras de la claridad, ya que si lo que busca el lector es esto último, que mejor se ponga a leer monitos”: Con razón es tan controvertido don Lenin. Pero, en fin, probablemente es la dificultad de comprensión lo que hace valiosa esta obra.

El libro en cuestión es el resultado de veinte años de ardua investigación sólo interrumpida por las vacaciones de verano y Navidad, fines de semana, una que otra enfermedad y la breve temporada que el autor se dedicó a comprobar si los mayas fueron extraterrestres o sencillamente extraordinarios, pero gracias a su tesón y a que ya se le estaban acabando sus ahorros, Montejo finalmente terminó el escrito y lo publicó con el dinero de su señora, que pertenece a la Casta Divina. Pero pasando al contenido de la obra, el autor afirma que aunque veinte años no es nada sí son suficientes como para haberle permitido dilucidar un misterio que enfrenta a la literatura infantil con la realpolitik surgido de la transformación de una realidad a un cuento. El porqué de tal conversión no se lo explica el autor pero en un poco más de quinientas páginas sostiene la tesis siguiente: que la aventura de la Caperucita Roja sucedió en algún momento entre las dos guerras mundiales y dio comienzo en Munich para terminar en Milán. Según Montejo, la Caperucita Roja no fue una niñita ficticia sino que en realidad se trató de Helga von Ludendorff, una aristócrata alemana que a pesar de su origen fue una activa militante comunista, de ahí el sobrenombre de lucha que, en realidad, fue el de la Caperuzcaya Roja, que le asignó el servicio secreto soviético. De la misma manera su mamá no fue su mamá sino Natasha Ibryschenco, la espía rusa de mayor jerarquía en Alemania que controlaba a Helga; la abuelita, como resulta evidente, no era su abuelita, fue una militante comunista italiana que trabajaba para los soviéticos y cuyo nombre pudo haber sido (hay confusión al respecto) Estefanía Magnani o Silvana Tognazzi; el lobo a su vez no fue tal, sino que se trató de Luppo Ferucci Tattaglia, un doble agente que mientras se hacía pasar por militante bolchevique en realidad trabajaba para el servicio secreto de Mussolini; finalmente, el leñador efectivamente fue un leñador que también era agente soviético en sus ratos libres: el apuesto Boris Yusupoff Enseñat, hijo de príncipe ruso y una industrial catalana fabricante de pan con tomate.


Una vez identificados los verdaderos personajes de la historia, Montejo pasa a aclarar la trama que nos es tan conocida por el cuento, pero que en la vida real fue una de las misiones de espionaje más importantes de la época. Al parecer, una bonita mañana de septiembre Natasha Ibryshenco le ordenó a la Caperuzcaya Roja que llevara un documento secreto del Comité Central, de Munich a Milán y se lo entregara a Estefanía Magnani o Silvana Tognazzi para que ésta, a su vez, lo pusiera en manos del jefe del servicio secreto soviético en aquella ciudad. Fue así que la Caperuzcaya lo escondió en un cesto de comida, se dirigió a la estación de trenes y abordó el expresso Munich-Roma-Milán, en vagón de segunda clase. Al poco tiempo de haber salido de la ciudad, Luppo Ferucci, hábilmente disfrazado de militante bolchevique, se sentó a su lado y le hizo plática. Aunque se sabe poco acerca de la conversación, al parecer Ferucci convenció a la Caperuzcaya de que era peligroso hacer el viaje entre Munich y Milán haciendo escala en Roma porque en dicho lugar el servicio secreto del Duce esta revisando a todas las jóvenes que llevaran cesto de comida a sus abuelitas con el objeto de decomisar el alimento y, de paso, ver si encontraban documentos secretos comunistas. En vista de ello, la Caperuzcaya decidió seguir un atajo recomendado por Ferucci, que de atajo no tenía nada pero que resultaba menos riesgoso. Fue así que de Munich se fue a Ámsterdam; de allí a París donde compró un magnífico queso Camambert para la abuela; siguió a Madrid, que fue una fiesta; en Barcelona se embarcó a Italia y llegó a Milán vía Atenas.
Como el recorrido duró mes y medio, cuando la Caperuzcaya llegó con su supuesta abuela ésta aullaba de hambre, cosa que le extrañó muchísimo pues, por lo general, Estefanía Magnani o Silvana Tognazzi era una mujer estoica que no acostumbraba aullar por nada, y menos por hambre. El caso es que Caperuzcaya entró en sospechas y, aunque no se sabe bien a bien lo que pasó, al parecer le increpó a la abuela por su aspecto físico abandonado, con pelos en las orejas, los colmillos sucios y demás. Finalmente, se hicieron de palabras y de ahí pasaron a los golpes.
Fue en ese momento cuando Luppo Ferucci se quitó el gorro de abuelita y los lentes bifocales y se le lanzó al cuello a nuestra heroína, no se sabe si para mordérselo o para besárselo ya que en cuestión de mujeres con los italianos nunca se sabe, pero el barullo llamó la atención del apuesto Boris Yusupoff que entró blandiendo su hacha y partió en dos a Ferucci, que, por desgracia, ya había acabado con Natasha. Esta es, a grandes rasgos, la tesis de Montejo Chang. Ahora, ¿cómo fue que este hecho verídico se transformó en un cuento? Eso, nos informó el investigador, será materia de otro libro que publicará en el momento en el que se le acabe el dinero que le produzca éste y cuyo título provisional es Yuspoff traiciona a la causa y se hace rico con el cuento de la Caperucita Roja.

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