miércoles, 9 de marzo de 2011

LAS LATAS DE SLIM


Por Benedicto Tres equis
Ahora que todo mundo habla de los líos del casi monopolio de telmex y el duopolio de las televisoras mexicanas, cualquiera podría pensar que esto se refiere a ese desmadre. Aquí no voy a hablar de las posiciones encontradas de los feroces magnates y hasta donde entiendo en esa lucha no hay inocentes y los que salimos pagando el pato somos, para variar, el público usuario. Esto es más simple, más terrenal, aunque creo que explica de muchas maneras la clase de abusos que hombre más rico del mundo aplica en contra de sus propios compatriotas, que somos, a final de cuentas, los que lo hemos hecho tan, pero tan rico en un país donde la mitad de la población vive en condiciones de extrema pobreza... y la otra mitad para allá va.
¿Ha ido usted recientemente a algún Sanborns? Pues aunque no lo haya hecho hace poco tiempo, estará de acuerdo en que los precios son exorbitantes y las porciones minúsculas, porque esa política es tan tradicional como sus tradicionales enchiladas. Reconozco que en más de una ocasión me he quejado del miserable criterio que tienen para servir un tazón de sopa y la respuesta que he obtenido es un cínico "es que nadie se queja". Haciendo las cuentas de los márgenes de utilidad que tiene la industria de las sopas, es claro que las ganancias son tan altas que permitirían darle un poco de dignidad a las porciones, pero la realidad es que eso a grupo carso no le interesa. Como si esto no fuera suficiente, resulta que uno de los agrios y malolientes cafés que sirven las meseras de los sanborns, tienen un precio de 17 pesos. Probablemente para muchos esto es una ganga si pensamos en lo que cuesta un cafecito en un starbucks, que a final de cuentas es tan agrio y maloliente como el de los restaurantes del señor slim. Esto lo digo sin afán de ofender a quienes creen que lo que les dan por café en el starbucks es sólo para paladares gourmets y que esos caldos valen lo que cuestan.
Así me podría ir recorriendo uno a uno los platillos de la carta del restaurante de la valerosas meseras que tienen el atrevimiento (o la necesidad) de aceptar un trabajo donde las obligan a vestirse de manera tan ridícula, pero para abreviar me limitaré a señalar lo que cuesta un refresco de lata en un sanborns: 25 pesos. Aunque usted no lo crea o piense que estoy exagerando, lo invito a que lo corrobore la próxima vez que acuda a un sanborns. El triplicar o cuadruplicar el precio de un simple refresco puede aportar bastantes pesos a la fortuna del mexicano más rico del mundo, aunque no debemos olvidar que el ing. fue fiel lacayo del innombrable y sonriente carlitos salinas de gortari, quien un día de estos saldrá cansado de no figurar en las listas oficiales a aclarar que carlos slim le hacía los mandados (y probablemente se los seguirá haciendo).
Como el sr. slim ya ha decidido no quedarse callado y defenderse, probablemente dirá que en los vips y en todo lugar de comida rápida y lenta (porque el servicio en sanborns no se carcateriza por ser vertiginoso) se cometen la misma clase de abusos en los precios y en las raciones. Y tiene tooooooda la razón. pero no tiene la culpa el indio... sino el que está dispuesto a pagar estos precios desmedidos.
Para apoyar su defensa, seguramente slim argumentará que, por lo menos el hace museos para rendir tributo a las latas que le aportan generosas cantidades de dinero a su fortuna. Museos a los que, por lo pronto, la entrada es gratuita para poder admirar una enorme colección de arte que le pertenece a él solito.

lunes, 7 de marzo de 2011

GRACIAS POR SER CORRUPTOS


Por Benedcito Tres Equis

La corrupción es un fenómeno cotidiano en México y lo peor de todo es que parece estar diseñado por las propias autoridades. Se trata de un mecanismo que funciona perfectamente y parece que no hay escapatoria. Me explico: El otro día iba conduciendo mi coche y, por la prisa y la distracción, me di una vuelta prohibida en uno de esos extraños cruces de calles que se han generado a partir de que circulan por la Ciudad de México los Metrobuses; lo que antes ea un enorme eje vial de 6 carriles, ha quedado convertido en una extraña y dividida calle en la que hay que ingeniárselas para circular y ser un experto en cartografía.
El caso es que un par de calles adelante del exraño crucero, me marcó el alto una patrulla. Por supuesto lo primero que pensé fue Chin, la cual es una expresión que nada tiene de esperanzadora. Una vez que me detuve, la patrulla se paró etrás de mi coche y de ella bajó un corpulento policía que lucía una de esas camisas blancas con verde fosforescente capaces de arruinar la mejor de las retinas. Se acercó a mi ventanilla y me dijo en tono ligeramente sarcástico: "¿Si sabe por qué lo detuvimos verdad?", por un momento pensé revirar con un "¿para que me muera de envidia porque no tengo un atuendo tan llamativo como el suyo?" Preferí no hacerlo porque eso me podría significar un VTP a las Islas Marías.
Me pidió mis documentos y después de revisarlos minuciosamente, sacó de entre sus ropas un reglamento de tránsito y me señaló una página en la cual se describía la infracción que yo había cometido. No sé si efectivamente era un reglamento vigente y tampoco se si esa referencia era cierta porque en un acto de prestidigitación, le daba vuelta a las páginas. Según el oficial de policía, la infracción cometida ameritaba un montón de días de salario mínimo (que a la hora de sumarlos no era cosa mínima) pues equivalía a más de dos mil pesos, más una penalización de puntos a mi licencia de conducir y perder el privilegio de la licencia permanente.
Asombrado por el enorme costo punitivo de dar una vuelta prohibida en una país donde la impunidad del crimen organizado es galopante, no me quedó más remedio que decirle al policía que por supuesto estaba en un gravísimo problema, no por lo que cometí sino porque no contaba con todo ese dinero y que si sería tan amable de ayudarme "No le entiendo", me dijo; y yo por un momento creí que me había topado con el único policía incorruptible del país "Pues ya sabe, écheme la mano oficial" le dije; "y de cuánto va a ser la ayuda" me contestó; le expliqué que cuando mucho traería doscientos pesos. Por suerte no insistió en que no me entendía y se dirigió hacia su patrulla, cuando regresó hasta mi  coche me pidió que me echara en reversa, que la patrulla me abriría paso para salir de Insurgentes y continuar la negociación en una calle más pequeña... y sin cámaras.
Ya lejos de las indscretas miradas de las lentes de vigilancia, no me quedó otra que "ponerme la del Puebla" con el policía. Lejos de sentirme enojado y/o ofendido por lo que había sucedido, respire aliviado porque tengo entedido que no sólo se tiene que cubrir el monto de la infracción, sino que es imposible sacar un coche del corralón si hay tenencias o verificaciones pendientes de pago.
Así es, las leyes en México están hechas para que el soborno no genere cargo de conciencia sino agradecimiento, un profundo agradecimiento.