jueves, 13 de octubre de 2011

EL MISTERIO DE LAS PAPAS


Por Benedicto Tres Equis
Es un hecho que las papas son un tubérculo comestible y que, en muchas ocasiones, ha sido un alimento vital para salvar a pueblos enteros de tremendas hambrunas. Nadie puede negar que bien cocinadas son deliciosas y un complemento perfecto para infinidad de platillos o las protagonistas en muchos otros. Por ahí encontré el dato de que un ruso promedio se ejecuta 140 kilogramos al año, es decir, que casi comen tantas papas como tragos de vodka... bien por ellos. Seguramente los españoles no se quedan atrás con el consumo de su famosa tortilla de patatas y los alemanes como complemento de sus salchichones.
Todo eso está muy bien y, desde el punto de vista nutricional, debe ser bastante bueno, sin embargo, el lado chatarra de las papas es lo que me ha llevado a esta em-papa-da disertación.
Seguramente usted ha sido testigo y víctima de la extraña adicción que generan las papas fritas. Aquel viejo slogan de "A que no puedes comer sólo una" parece más bien una maldición porque, efectivamente, una nunca basta. Esa frase retadora que se le ocurrió a un publicista y que ha hecho millonarios a quienes se han dedicado a cocinarlas es casi una verdad ineludible, pero ¿alguien me podría explicar por qué razón son tan caras?
En México una bolsita con unos cuántos gramos de papas fritas cuesta prácticamente lo mismo que medio kilo del tubérculo no embasado. Francamente no creo que la manufactura y la distribución justifiquen tan elevados costos, además están consideradas como alimento chatarra y dizque satanizadas por las autoridades del ámbito educativo.
¿Esta alta cotización tiene qué ver con la adicción que provocan? Algo similar sucede con las papitas a la francesa, compañeras inseparables de las hamburguesas y que resulta una enorme contradicción si pensamos que las hamburguesas son la base de la alimentación de los gringos y estos supuestamente alucinan a los franceses... pero eso es harina de otro costal.
Es tanta y tan grande la afición por las papas fritas que he notado que cada día proliferan más puestos en la calle donde las cocinan y las venden. Con sólo ver los enormes peroles llenos de aceite requemado se me sube el colesterol y siento cómo los triglicéricos hacen de las suyas en mis pobres arterias y es que parecería que ese aceite  lo hubieran sacado de un coche con un kilometraje arriba de los 200 mil kilometros...  pero este pequeño detalle parece no importarle a quienes compran su bolsita de celofan con diez o doce preciadas papas bañadas de salsa Valentina. Allá ellos y sus arterias.