jueves, 14 de mayo de 2009

Fumar hasta morir o morir hasta fumar...

Por Benedicto Dos Equis


Estoy dejando de fumar. Reconozco que es un asunto duro. Es un asunto doloroso y lleno de penas. También es largo, ya voy para tres años. Cuando empecé me aventé un mes completo sin fumar, de allí hasta hoy a veces sólo fumo, a veces traigo parche y a veces las dos cosas. Barato tampoco es, pero nada que valga la pena es barato, usted nomás vea las drogas... Yo traigo una de noventa mil pesos en la tarjeta de crédito. En mi caso la dejada de fumar no acaba porque en el fondo no tengo ganas. Tengo treinta y cinco años de bella relación con el cigarro y ya me encariñé. Si viera los jalones que doy me entendería. De hecho lo estoy haciendo de muy mala gana y bajo protesta. Lo hago porque me lo exige el cuerpo, no el espíritu, y esto eso no es solidario.
Me parece una falta de solidaridad que agravia. A ver, ¿por qué el cuerpo no aguanta lo que el espíritu? ¿Por qué el espíritu siempre está en la mejor disposición de seguir la fiesta y el cuerpo insiste en arruinarla? No se vale. Yo no sé quien nos diseñó, pero quien lo haya hecho, o tenía un cuerpo de hierro o carecía de espíritu y nunca pudo prever el delicado equilibrio que ambos requerían.
Hay quien se inclina por la moderación. Todo sin exceso, dicen. Yo tiendo a ser parte del grupo contrario. Se vale todo con exceso pero a sus horas. Tampoco soy un radical. Para eso las horas tienen sesenta minutos, el día veinticuatro horas, la semana siete días, el mes cuatro semanas, el año 12 meses y la vida un promedio de setenta y cinco años. Setenta y cinco años como promedio, son un friego de años de moderación.
Hay que excederse pero, eso sí, a sus horas y en la compañía debida. ¿Qué es la vida sin tertulias de amena charla; las tertulias de amena charla sin los cuates; los cuates sin los tragos; los tragos sin cigarro y todo ello sin una botana indigesta? Es el infierno mismo. Si de todos modos nos vamos a ir al infierno, por lo menos yo y mis cuates, para que adelantarlo en vida. Congruencia, señores. A excederse.

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