martes, 12 de mayo de 2009

Sueños Cretinos

Por Benedicto Dos Equis


Por allí debe haber algún tratado, estudio o cosa parecida sobre los sueños, pero hoy me basta con clasificarlos de una forma más sencilla y personal. Así, a vuelapluma, los sueños se pueden dividir en placenteros, pesadillas o anodinos. Dentro de cada una de las dos primeras categorías, hay sueños fantásticos, sueños alegóricos, sueños épicos, sueños históricos y otros. Ahora, los sueños anodinos pueden ser cotidianos, como sucede cuando, por ejemplo, uno se pasa toda la noche soñando que trabaja en la oficina. Estos sueños son por lo general de bostezo, como para dormirse de aburrimiento si, de hecho, uno no estuviera ya dormido.
Pero, los peores sueños de todos dentro de la categoría de anodinos son los sueños cretinos. Estos sueños consisten en un tercio de realidad, un tercio de imaginación y un tercio de estupidez. Son sueños que, mientras uno duerme, provocan un cierto grado de ansiedad que, al despertar, se transforma en rabia. Para que me entienda le voy a dar un par de ejemplos recientes que me han sucedido.
En un primer sueño estoy en una playa en Barbados sintiéndome de la patada por un resfriado. Me pongo mi smoking y me encamino a una farmacia a comprar algún antigripal. Entro a la botica, llego al mostrador y le pido al dependiente un imodium. Mientras me lo dan caigo en la cuenta de que pedí un antidiarréico cuando tengo gripa. Llega el dependiente y corrijo: le pido lomotil. Mientras va por el medicamento me doy cuenta que otra vez me equivoqué y pedí otro antidiarréico. En ese momento ya como que me entra un poco de ansiedad ante la imposibilidad de pedir lo que quiero y, así, entre estornudo y estornudo, llega el dependiente, pido disculpas, y entonces pido kaopectate, un antidiarréico más. Un estornudo más y despierto francamente irritado. Para evitar otro sueño cretino como el que me acaba de ocurrir, decido crear un principio de guión mental con el objeto de que, al dormirme, la historia continúe.
Me imagino a mí mismo vestido como caballero medieval, con armadura completa y todas mis armas, sobre mi briosa cabalgadura, al frente de una columna de caballeros. Vamos por un desierto, supongo que a liberar al Santo Sepulcro.
Con un magnífico yelmo coronado por exótica pluma blanca, trato de controlar a mi brioso corcel cuando escucho una voz que me dice:
-Caballero, con la novedá de que no se puede ir a caballo por doctor Lavista...
Volteo y me encuentro con una figura totalmente extraña a una cruzada: un policía de crucero con su libreta en la mano. En ese momento, a pesar de estar en medio de un sueño, curiosamente pienso que tengo dos alternativas: desmontar de mi cabalgadura, desenfundar mi espada y partir en dos de un mandoble al exótico infiel o llegar a un arreglo, aunque en mi mentalidad medieval no me queda claro qué es un arreglo.

Yo no sé cómo funciona el yo, el súper yo y el ego durante el periodo onírico, pero el caso es que en lugar de bajar el caballo y batirme a espadazos, llevo mi brazo derecho a la parte media del pectoral de mi armadura y como por arte de magia mi mano entra como si esté estuviera partido por la mitad, para después aparecer aferrada a una cartera. Acto seguido me oigo exclamar:
-¡En nombre del Todopoderoso y del Rey de España, yo os digo!, ¿cómo nos podemos arreglar, oficial, vive Dios?

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