Por Benedicto Dos Equis


La verdad es que estoy hecho bolas porque yo ya no sé dónde entro: ¿soy, digamos, un adulto infantil, un adulto maduro, un adulto en capacidades plenas? No lo sé, que agobio. ¿Y cómo ve eso de sexoservidoras? Hágame el favor, llamar sexoservidoras a nuestras tradicionales putas. Eso nos pone en una grave desventaja a la gente decente, como su servidor, vea si no: supongamos que voy a trabajo temprano en la mañana. De pronto, un taxista se me cierra y golpea mi vehículo. Nos detenemos y como cualquier persona bien nacida que ve que llegará tarde a la chamba me bajo hecho un energúmeno del auto, y entonces, ¿Qué le grito al chafirete? ¿“A ver si te fijas, hijo de sexoserviodora”? Se va a tirar al piso de risa y, lo que es peor, después de burlarse, como buen pelado, lo más seguro es que me diga algo como: “Ve a chingar a tu madre, pinche riquillo” –así, sin eufemismo-; arranque su auto y desaparezca muy orondo, feliz de haberme ganado el lance. Qué mal, dónde vamos a acabar, eso conducirá a la lucha de clases verbal, que ni el buen Marx contempló. Y como si todo lo anterior no fuera suficiente, además hay que estar muy pendientes de toda una modalidad de habla eufemística, ésta si ya de viejo cuño que se presta a peligrosas confusiones.

Escuche esta frase: “La que le armé el otro día a mi señora”. Hago notar la construcción de la frase: en ella, de plano, utilizo el posesivo “mi” y no el muy educado y nacional “su”, como en la expresión “está usted en su casa”, cuando alguien ser refiere a la propia. Usted puede pensar que soy extranjerizante y mal educado, pero yo más bien creo que sólo soy precavido. Mire usted, supongamos que en una de esas me da por ponerme muy fino y empezar a decirle a un invitado: “está usted en su casa”. Hasta allí todo muy bien. Y sigo, “le presento a su señora”... ¿Me explico? En este país eso no es ser educado, es invitar a que acto seguido el invitado pregunte “¿oiga, dónde queda mi recámara?”. No le digo.
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