jueves, 14 de mayo de 2009

Lamentable corrupción del lenguaje

Por Benedicto Dos Equis


Yo cada día entiendo menos el español, lo están haciendo pedazos. Vea usted: a lo largo de los siglos a cierto tipo de gente con problemas físicos se les llamó lisiados. Luego a alguien se le ocurrió que lisiado sonaba feo y discriminatorio y entonces se inventó el término minusválido; término que, también, en poco tiempo fue considerado demeritorio lo que llevó a buscar otro adjetivo más. Se encontró discapacitado, que duró muy poco, por cierto, pues ahora ya hay una nueva denominación “persona con capacidades diferentes”. Esto complica las cosas, si no, vea usted un ejemplo: ¿Cuál es, disculpe, su capacidad diferente? No ver nada. Ah... Y el asunto no queda en dicho ámbito, se extiende por todos lados. Hoy, los ancianos, ya no son ancianos, ni tampoco ciudadanos de la tercera edad, ahora son adultos mayores.
La verdad es que estoy hecho bolas porque yo ya no sé dónde entro: ¿soy, digamos, un adulto infantil, un adulto maduro, un adulto en capacidades plenas? No lo sé, que agobio. ¿Y cómo ve eso de sexoservidoras? Hágame el favor, llamar sexoservidoras a nuestras tradicionales putas. Eso nos pone en una grave desventaja a la gente decente, como su servidor, vea si no: supongamos que voy a trabajo temprano en la mañana. De pronto, un taxista se me cierra y golpea mi vehículo. Nos detenemos y como cualquier persona bien nacida que ve que llegará tarde a la chamba me bajo hecho un energúmeno del auto, y entonces, ¿Qué le grito al chafirete? ¿“A ver si te fijas, hijo de sexoserviodora”? Se va a tirar al piso de risa y, lo que es peor, después de burlarse, como buen pelado, lo más seguro es que me diga algo como: “Ve a chingar a tu madre, pinche riquillo” –así, sin eufemismo-; arranque su auto y desaparezca muy orondo, feliz de haberme ganado el lance. Qué mal, dónde vamos a acabar, eso conducirá a la lucha de clases verbal, que ni el buen Marx contempló. Y como si todo lo anterior no fuera suficiente, además hay que estar muy pendientes de toda una modalidad de habla eufemística, ésta si ya de viejo cuño que se presta a peligrosas confusiones.

Escuche esta frase: “La que le armé el otro día a mi señora”. Hago notar la construcción de la frase: en ella, de plano, utilizo el posesivo “mi” y no el muy educado y nacional “su”, como en la expresión “está usted en su casa”, cuando alguien ser refiere a la propia. Usted puede pensar que soy extranjerizante y mal educado, pero yo más bien creo que sólo soy precavido. Mire usted, supongamos que en una de esas me da por ponerme muy fino y empezar a decirle a un invitado: “está usted en su casa”. Hasta allí todo muy bien. Y sigo, “le presento a su señora”... ¿Me explico? En este país eso no es ser educado, es invitar a que acto seguido el invitado pregunte “¿oiga, dónde queda mi recámara?”. No le digo.

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