jueves, 7 de mayo de 2009

Muérase: la muerte otorga virtudes:


Por Bettina Fidencio
(blogara invitada)

¿Usted ha oído alguna vez que en público se diga que un muerto fue un hijo de la chingada, un miserable en los negocios, un cornudo patético, un bandido sin par, una loca de clóset o alguna otra lindeza por el estilo? No, verdad. ¿Por qué inspira, entonces, tanto respeto la muerte? Este hecho biodegradable, no cabe duda, exculpa y crea buena fama; por lo menos buena fama pública porque ya en privado la cosa cambia, cosa que se comprueba con ir a un velorio. La muerte es buena para la memoria, por lo menos para guardar la memoria del finado
Con el deceso se pierde la vida, es cierto, lo cual es siempre una lata, pero a cambio se gana en todo lo demás, sobre todo en virtudes. La muerte convierte al bandido en hombre de probada honradez; al infiel, en amante esposo, al libidinoso, en hombre de comprobada templanza; al idiota, en individuo de inteligencia preclara; al odioso, en simpático por naturaleza; al tacaño, en generoso sin par. Es más, si, digamos, un muerto fue un hijo que hizo sufrir a su madre, no será recordado como un mal hijo, lo más que le puede pasar es que le compongan un corrido y pase a la historia como el hijo desobediente.
Yo jamás he oído, por ejemplo, que en un entierro el compadre más querido del finado tome la palabra y, con lágrimas en los ojos y la voz quebrada por el llanto diga algo como: “Gaspar, todos lo sabemos, se gastaba la quincena en viejas y le pegaba a la comadre, él sabría por qué, pero la quería y era buen padre, con los hijos de ella y con los que dejó regados por todos lados... los que lo conocimos desde niños sabíamos que era huevón pero empeñoso y hábil para la lana, será que por eso se hizo rico. Le daba por el pomo, es cierto, pero invitaba a los cuates; no pus, si desprendido sí era... Siempre lo recordaré tal cual, que no es como ustedes creen, pero yo lo conocía desde chico, cuando le robaba a su abuela...” Por lo visto, la verdad, junto con el muerto, es sepultada.

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