
Embargados por una enorme tristeza, los cerdos de todo el mundo han tenido que cargar sobre sus hombros la infamia de que son los causantes de la influenza porcina.

Y todo para que nos enteremos que un granjero canadiense de la provincia de Alberta contagió a sus chanchos con influenza.
Claro que los mordaces porcinos ahora están muertos de risa.

Y ahora los humanos tendremos que sobrellevar los sermones de los cerdos que con razón nos dirá que vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el propio.
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