martes, 7 de abril de 2009

El placer de manejar en la Ciudad de México


Se vale criticar pero también hay que ser generoso y reconocerle a las autoridades cuando trabajan con acierto. Marcelo Ebrard nos podrá haber salido bicicletero y algo higadito, pero cuando decide poder manos a la obra ( y a la Mariagna cuando no tiene jaqueca) no hay quien lo pare y la ciudad progresa y se transforma. Al menor descuido, a nuestro Jefe de Gobierno le entra el frenesí y empieza a hacer distribuidores viales, oprimidos, terceros y cuartos pisos de vialidades importantes, lineas del metro y desagues profundos y no tanto.
Su creatividad no tiene límite: en vez de gastar cientos de millones, o quiza miles, de nuestros impuestos en un sistema de sincronización de semáforos como en cualquier capital de primer mundo, Ebrard nos conoce como un padre amoroso y sabe que los capitalinos el único orden que conocemos es el desorden. Primero habría que sincronizar a los manejadores promedio del D.F y después los semáforos. Entonces, con impresionantes ahorros, lo que hizo el Jefe de Gobierno fue entrenar a nuestros esforzados agentes de tránsito para que ellos los manejaran con resultados sorprendentes: esta mega capital goza ahora de un tránsito fluido que nos permite llegar a donde vayamos en minutos. Es menester hacer hincapié que, sobre todo en los cruceros, con un orden quasi nórdico, los chilangos circulan cual caballeros y se dejan pasar los unos a los otros según va indicando el agente de crucero que con eficacia y agilidad mueve vigorosamente el brazo para indicar quién debe avanzar y quién detenerse. A mí me llena de orgullo ver que nos podemos comportar con tal civilidad.
Por eso, desde esta humilde tribuna propongo que, al unísono, le brindemos al Jefe de Gobierno cuatro jips y dos hurras: ¡jip, jip, hurra, Marchelo! ¡jip,jip, hurra!

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